miércoles, 18 de noviembre de 2015

Historias de un cavernícola (Parte I: Homo antecessor)

A veces me gusta internarme en el bosque, perderme en el páramo -allá donde la mano de la civilización apenas alcanza-, alzar la vista y contemplar el paisaje. Un paisaje que podría ser similar al que viera el primer hombre que pisó el valle. Y me pregunto: ¿le sobrecogería igual? ¿Qué pensaría del Perentón? ¿Que es un gran Dios, alzándose imponente, vigilando su paso?

Sobre quién fuera aquel hombre, tampoco tenemos respuestas claras. Los volubles y escasos datos que la arqueología nos regala, apuntan al Homo antecessor, el que se cree que es ancestro del H. heidelbergensis y del famoso H. neanderthalensis. El antecessor vivió desde hace al menos 900.000 años en la sierra de Atapuerca, por lo que parece probable que también se extendiera por otras zonas habitables de la Península, y el valle del Rudrón no se encuentra lejos.

Este primer hombre que pisara lo que hoy llamamos tierras de San Felices se movería con destreza en un bosque espeso de encinas y robles, similar al actual. Por aquel entonces reinaba un clima cálido y húmedo, aunque esto estaba a punto de terminar (paso del Pleistoceno inferior al Pleistoceno medio, con un clima más frío y seco y un retroceso de los bosques). Siguiendo el río, habría realizado un descanso en el Pozo Azul, en Covanera. Siendo verano y haciendo calor, ¿por qué no un chapuzón?


Probablemente no llegara sólo, sino que le acompañarían otros jóvenes emprendedores. Quizá vinieran de la población de Atapuerca que, gracias a su ubicación estratégica, habría aumentado sus miembros y ya no habría lugar para jóvenes beligerantes. ¿O quizás buscaban mujeres, sangre nueva?

Pero no encontrarían a nadie. Unos buenos refugios para el campamento de verano, eso, sí: la Cueva de los Moros, de existir -como tal- por aquel entonces, tendría el suelo mucho más abajo (son evidentes los desprendimientos del techo y el rellenado sedimentario). Un manantial en la puerta de casa y el río a escasos cientos de metros, viviendo bajo la sombra del gran dios –el Perentón-.

            Cuál sería la sorpresa de estos jóvenes, cuando se internaran en la cueva y descubrieran que, si bien no humanos, unos colosales leones cavernarios defienden su hogar.



            Enseñarían asustados las toscas lanzas, y, piernas: ¿para qué os quiero? De vuelta al río, a esconderse entre los carrizales y, ya de paso, aguardar a ver si se acercan unos uros a abrevar. Y en esa carrera desenfrenada, a nuestro amigo antecessor se le caería un hacha al río.

            No tenemos forma de saber si estos hombres se quedaron, prosiguieron hacia el norte o jamás llegaron al valle. De momento, entre campaña y campaña de excavación de Atapuerca y sus publicaciones, que gustan más en casa que los Reyes Magos, seguiremos hozando entre las piedras, tratando de encontrar esa triste hacha que el río Rudrón lleva 900.000 años puliendo.

Elisa R. Bañuelos


Fuentes: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/sapiens/2011/04/10/atapuerca-clima-y-homininos.html basado en “Pleistocene environmental and climatic Change and the Human Expansion in Western. Europe: a case study with small vertebrates (Gran Dolina, Atapuerca, Spain)” de la Doctora Gloria Cuenca.