lunes, 10 de octubre de 2016

Tierra de nadie

He visto muchas cosas. Acontecimientos singulares han tenido lugar en estas tierras, pero la regla ha sido siempre el silencio. Silencioso es el viento rebotando en mis flancos, las plumas de los buitres cortando el aire. Silenciosa es la lluvia que me tiñe el rostro de gris triste, lavando por un momento el rojo candoroso, hasta que vuelve a secarme el sol. Silenciosas eras de vacío, tan sólo agrietado por el graznido del cuervo y el ladrido del corzo.

Muchos son los que han coronado mi cima. Hermosas aves de largas plumas, rodeándome en su vuelo interminable. Algunos, como el quebrantahuesos o el águila perdicera, ya no han vuelto. Corzos, jabalíes, tímidas garduñas; encinas centenarias que osan enquistar sus raíces en mi pecho. Mas ellos no codician coronarme.


Hubo un tiempo en el que me frecuentaron los dioses. Cuentan los gansos que el reino de laDiosa cubría valles más allá de las grandes montañas. Nunca olvidaré el cosquilleo en la cresta, la primera vez que Mari posó sus pies sobre mí, uno entre otros tantos postes en su largo camino, supervisando con su mirada arrobada la existencia efímera de sus hijos.

Hubo otro breve tiempo, mucho antes de Mari, en el que yo mismo fui un dios. Pero las deidades no sobreviven a sus civilizaciones, y son muchos los pueblos que pretendieron esta tierra avara. Pueblos que ansiaban dominar el valle, gentes que proclamaban este lugar como suyo: pobres ignorantes, que no sabían que esta tierra no se puede doblegar, sino que es la tierra la que te posee. El calcio de las verdes fuentes precipita en sus huesos, el hierro rojo que colorea mi rostro fluye por su sangre y los domina, los ata.



He visto a mucha gente. Hombres que ahora ni siquiera se consideran humanos, pero que ya me cantaban con tosca voz. Aventureros, colonos, que habitaron en mis grietas y penetraron mucho más allá de lo que hoy día es posible, dejando allí marcas de su existencia. Más adelante, pueblos tranquilos, siempre empeñados en un mismo fin: trabajar la tierra tacaña, tratando de hacer crecer su fruto. Teces coloradas y pálidas, ojos rasgados, cabelleras tan blancas como el hielo y rizos negros cual desmán.
Cuando llegaba un pueblo nuevo, todos se indignaban, luchando para no tener que compartir la que, ellos decían, era su tierra; ignorando que su propio pueblo antaño expulsó a otro, y así, desde el principio de los tiempos, hasta el final de las eras. Pero la piedra no tiene dueño.

He visto guerreros luchar y morir, y ser elevados al cielo, con la diosa. Los buitres se encargan de ello. He visto a niños de los más diversos pueblos jugar a los mismos juegos durante eras. He espiado a muchachas bailando a la luz de la luna, sin más música que el ronroneo del río y el agitar de los sauces al viento, y terminar la danza guiñándome un ojo cómplice.

El agua me conformó durante milenios y el viento me roerá hasta que no sea mas que tierra roja, dispuesta a ser arada por el hombre para arrancarme un brote más de vida. Pero sólo el tiempo podrá doblegarme.





"The lore of a higher meaning"
Thousandfold, Eluveitie
https://www.youtube.com/watch?v=kb8WGig0MLU


 Elisa Rivero Bañuelos

jueves, 7 de julio de 2016

El valle esmeralda


Según me interno en la maleza, la luz decae y el sonido del bosque me absorbe, como si la corteza de los robles aislara los ruidos vulgares de la civilización. Mientras sigo el tupido sendero, a un lado y a otro corretean pequeños seres invisibles: musarañas, lagartos. Quizá, incluso alguna víbora. Un osado rosal silvestre me araña el tobillo y me estremezco.


Tras salvar el barranco, alcanzo la pequeña apertura en mitad del farallón rocoso. Desde este rincón secreto se domina el valle, de un verde tan intenso que relaja la vista. 


A lo lejos, el rumor del autobús Santander-Madrid se pierde entre los recovecos de la nacional, dando paso al silencio. Cierro los ojos, y han pasado miles… ¿Qué miles? ¡Millones de años! Y el Rudrón y el Ebro cincelan suavemente la piedra, como un artista griego mimando su gran obra. La silueta de castro Siero se va perfilando contra el cielo. Los ríos lo ven crecer como dos padres pacientes, orgullosos: si el circo de Orbaneja fue la niña bonita, y el Pozo Azul el chico tímido y misterioso, es Castro Siero un baluarte de estoicidad, diseñado para resistir, para albergar pueblos osados.


Desde mi posición no alcanzo a ver la ermita: porque aún no se ha construido. Abajo, en el barranco, las encinas son las mismas. Las hormigas, diligentes, son las mismas, igual que es el mismo cuco el que canta ahora y el que oyen abajo los que salen de misa. Han sido los mismos durante milenios.









Un enorme buitre leonado planea con elegancia junto a los cantiles y arranca el sol destellos broncíneos de su lomo: “mi padre limpió los huesos de Corocotta”, se jacta. Y se posa sobre la misma piedra en la que mañana se posarán sus tataranietos. Porque las rocas, sobre todo ellas, son las mismas.








Unas pisadas me sacan de mi ensimismamiento y Amaya aparece por el sendero. Trota junto al barranco sin aprensión y me saluda. 

Se agacha a recoger el agua pura de las fuentes de Siero, filtrada por decenas de metros de piedra caliza. Parece que las salamandras que colman la fuente no le molestan ¿Por qué no vas a las fuentes romanas, que te quedan más cerca? Pero la pregunta no llega a brotar de mis labios. ¡Qué estúpida, sí aún no se han construido!





La chica se aleja con el pellejo de la mejor agua para su jovencísimo compañero, que partirá en madrugada a la llamada de Peña Amaya, para hacer la guerra a los romanos. De pronto, un ruidoso mirlo alza el vuelo entre las hiedras, y Amaya ya no está. En la lejanía se escucha el ronroneo de unos moteros ingleses sobre la nacional 623 y el hechizo se rompe. Han pasado dos mil años de un plumazo, pero el olor sigue siendo el mismo en el valle esmeralda.




Elisa R. Bañuelos

miércoles, 29 de junio de 2016

Noticias felicianas

Hace mucho tiempo que no actualizo el blog y quería aprovechar para publicar una entrada corta y optimista.


La primera noticia es que hace unos meses se publicaron los planes básicos de gestión y conservación de las zonas de especial conservación (ZEC, y ZEPA para las aves) de Castilla y León, integradas dentro de la Red Natura 2000. Entre ellos, por supuesto, el del ZEC Hoces de Alto Ebro y Rudrón (que coincide con el parque natural). Se pueden descargar y leer todos aquí: http://www.medioambiente.jcyl.es/web/jcyl/MedioAmbiente/es/Plantilla100/1284375759659/_/_/_


Después de una lectura pausada he de decir que, en mi opinión, el Plan no desarrolla gran cosa. La mayor parte de la información ya estaba recogida en el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales del Parque Natural. Por lo demás, se trata de una declaración de intenciones ordenadas y muy bien clasificadas. Si estas directrices (alguna, al menos, ya que son muchas) se desarrollan y llevan a cabo finalmente, sería fantástico. Sin embargo, como se indica en el propio Plan, se necesitan fondos de financiación (que no están especificados), y ese el punto débil de toda la gestión de la conservación en España. Visto lo que se ha hecho desde el año 2008, que se declaró el parque, aún faltan muchos años para que estemos dando palmas.


Por otra parte, desde mi inexperto punto de vista, detecto una inclinación reiterada a intentar solucionar gran parte de los problemas de conservación a través de podas y limpieza silvícola. Espero que, si se hace, sea con criterio, no como se viene haciendo en el Parque hasta ahora. Ej:


Ejemplo perfecto de lo que se indica en el Plan de Gestión: Pg30 "055. Medidas para el mantenimiento de bosques de ribera y galería. Es determinante para el mantenimiento de poblaciones saludables de lagarto verde el mantenimiento de la vegetación de ribera y los sotos arbustivos asociados a vaguadas y arroyadas en el espacio, [...]."


La segunda noticia es que, al parecer, BNK ha renunciado a parte de sus proyectos de fracking en España (después de que Repsol hiciera lo propio hace unos meses). De cumplirse, se trata de una gran alegría y alivio para toda la gente de la zona, ya que estaban previstos varios proyectos de fracking lindando con el PN (Sedano).


Esperemos que, en esta época de inestabilidad, nos sigan lloviendo noticias felices.


Elisa R. Bañuelos

miércoles, 16 de marzo de 2016

Desconocimiento rural


Con motivo de la publicación de una “noticia” y alentada por la entrada de un compañero de divulgación, Marco Ansón, me dispongo a "iluminar" a los lectores.

           No quiero entrar en detalles sobre la noticia, para ello podéis leer la original aquí o, mejor, informaros de la mano de Marco, que analiza el fondo de la cuestión. En resumidas cuentas: se supone que el meloncillo, Herpestes ichneumon, ha matado a varias ovejas en Zamora.

          Cualquiera que tenga una mínima noción de fauna ibérica y algo de sentido común, sabría que este pequeño carnívoro no puede perpetrar tal escabechina. Por esa misma razón, parece incongruente que estos señores ganaderos y gente del campo se crean la noticia y alcen las antorchas contra la “alimaña” de turno. Lobo ibérico, te van a dar un respiro –o no-.
 

Meloncillo, WikiCommons

          De esto mismo quería que versara la entrada de hoy, sobre la pérdida de conocimiento de su entorno que ha sufrido la comunidad rural. Es un tema triste que siempre me ha preocupado. Puede que dependa de la zona de España, de la ocupación de la población o de otros factores, como la edad, pero creo detectar una falta generalizada de conocimientos de fauna y flora, e incluso de geografía local, en las gentes de pueblo.

          Tenemos muchos ejemplos de actualidad, como aquella otra “noticia” sobre buitres ejecutando 15 ovejas. Gran parte de estos alardes de desconocimiento los protagonizan ganaderos, no sé si buscando, desesperados, una cabeza de turco para su desgracia, o realmente debido a una incultura y odio profundo hacia la naturaleza.

           Sin querer pecar de generalización, me circunscribiré al caso de San Felices. Aquí, de momento, no tenemos meloncillos, pero de alimañas no andamos escasos. Corren leyendas tan variopintas como la de que las víboras muerden las ubres de las vacas/cabras y les envenenan la leche. A veces, también a las mujeres. Hablando de ubres, comentan que las comadrejas hacen otro tanto. Parece ser una leyenda muy extendida y con mucha trayectoria, como leemos aquí.


Víbora en San Felices
Siguiendo con víboras, dicen que los años que predominan–si es que se puede llamar predominar a esta escasez tan preocupante-, es porque los del Seprona están repoblando y las lanzan desde helicópteros. Suspiro.

 También podréis oír a cualquiera comentar que los sapos escupen veneno, o que te salen verrugas si los tocas. Lo cierto es que son unos animales simpáticos y tranquilos. Con respecto al "veneno", se trata de una secreción maloliente de unas glándulas para evitar que otros animales los depreden.

     Leyendas a parte, la pérdida de conocimientos es muy triste. Preguntando a mi abuela y más gente mayor del pueblo, me doy cuenta de que casi nadie sabe diferenciar setas comestibles, ni una culebra de otra. Los pájaros son todos pájaros –o, como dirían en el pueblo de mi padre, en Cantabria, se clasifican en colorines y rapapájaros-. Un visón es una nutria y, a la menor noticia de su avistamiento, ya estaba el viejo trampero amenazando con una piedra con que iba a matar a las crías. Los buitres viven, al menos, 100 años –que tan desencaminado no iba, pues son muy longevos, aprox. 25 años-.
"Rapapájaro" en San Felices

"Colorín" en Covanera

           Apenas he podido recolectar conocimientos sobre hierbas medicinales, aparte de la celidonia para curar verrugas y heridas, o las hojas de zarzamora como astringentes. Parece mentira, cuando no podían acceder a una simple aspirina y, sin embargo, tenían acceso ilimitado a corteza de sauce para calmar sus dolores, amén de un montón de plantas útiles más, sobre las que no me voy a extender, por falta de espacio y conocimientos. ¿Fue la miseria de la guerra civil, o estos conocimientos estaban sepultados, o reservados a unos pocos, desde la Inquisición? Porque brujas, haberlas, habíalas en todos los pueblos. Al pantano de Cernégula iban cuando había luna llena.

     No digo que sea el caso de todo el mundo. Estoy segura de que hay aún mucha gente en los pueblos que dispone de un vasto conocimiento de su entorno. Pero esta triste realidad existe. ¿Conoces más leyendas rurales que compartir?
 
Éste, por lo menos, 90 añazos

jueves, 3 de marzo de 2016

Historias de un Cavernícola: Parte IV (Contacto)

Historias de un Cavernícola

Hace 40.000 años

"África ya no puede más. Gasta sus últimas fuerzas en dejarse caer sobre los cantos rodados de la orilla para beber el agua del río verde. Una rana salta, asustada, a su lado. Desde que los lobos devoraran a su hermano, había perdido las ganas de vivir. Ya no queda nadie de su familia, ella es la última.




Su vista se nubla mientras la corriente mece su mano, aterida. Pero no lo nota. África sólo recuerda el camino. Su vida había sido un camino interminable desde que tiene recuerdos, incluso antes, según decía su madre. Un viaje en busca de otras personas. África no podía imaginarse cómo serían esas otras personas. Sólo había conocido a su familia. El anciano hablaba de tribus de más de 50 individuos: niños jugando, mujeres tejiendo alrededor del fuego y cacerías multitudinarias en las que, incluso, abatían lobos.

Pero la gente había desaparecido, o los habían dejado atrás en el camino. Chad nunca quiso volver. Siempre hacia delante, siempre hacia el sur. Insistía en que, algún día, encontrarían más gente y formarían una gran tribu. Sin embargo, Chad había muerto sin cumplir su promesa, y ahora le había llegado la hora a ella.





Entre el rumor del río y sus densas pestañas cree distinguir a una persona, antes de que sus ojos se cierren y el cansancio y el hambre la venzan.

Cuando África despierta se encuentra envuelta en pieles de corzo. Es de noche y, a su lado, chisporrotea una hoguera. Una cara ancha, blanca y peluda se inclina sobre ella, emitiendo extrañas palabras. África se asusta, pero no tiene fuerzas para correr. El extraño hombre se aleja y retorna enseguida portando una pasta de bellotas, cangrejos y trucha asados, que ofrece a la mujer. El hambre le puede e ingiere despacio, para que no le hagan daño, los alimentos. Después, se observan en silencio junto al fuego.

África no había visto jamás a un hombre tan grande ni tan peludo. Su piel es extremadamente blanca y su pelo rojizo. Luego piensa que, al fin y al cabo, sólo había conocido a cinco hombres a lo largo de su vida. Esto debía ser la otra gente. Finalmente, el hombre vuelve a proferir esas extrañas palabras, ininteligibles para ella.
- No te entiendo.
Él la mira con los ojos -¡verdes como el río!- muy abiertos y también parece comprender que no se pueden comunicar. Entonces se golpea el pecho y gruñe:
- Hernán.
- África- pronuncia lentamente la joven, imitándolo.

A la mañana siguiente África se sobresalta de nuevo al ver al hombre, hasta que recuerda la extraña noche anterior. Comen juntos en silencio y, después, la mujer se levanta e inspecciona la cueva. Busca más gente. Sin embargo, pronto se da cuenta de que allí no hay nadie más. Hernán la observa con curiosidad.
- África -pronuncia ella de nuevo, señalándose-, Hernán -le señala a él y, a continuación, mira a su alrededor y gesticula, preguntando.- ¿Y el resto?
El rostro del hombre muda y África intuye tristeza, aunque sus muecas le resultan confusas, extrañas.
Él le hace un gesto de apremio mientras da la vuelta a una gran roca y se introducen en una cámara más estrecha de la cueva. Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad, distingue un gran número de túmulos de piedras. Entre algunas piedras sobresalen huesos descarnados o retales de cuero. Encima de algunos túmulos hay depositados collares de caracolas e incluso hachas muy toscas. Huele a muerte.

Hernán y África se miran. Ella es bajita, con una maraña de pelo rizado, negro, igual que los ojos. Su piel es oscura. Tan distintos, pero al fin y al cabo, tan iguales."

En esta entrega de historias de un cavernícola nos encontramos en una etapa de tránsito. Las poblaciones de Homo sapiens se multiplican y expanden desde África -donde evolucionaron desde Homo ergaster- hacia Asia y Europa, después de algunos cruces con Homo neanderthalensis y denisovanos. No sabemos con certeza si los primeros hombres modernos (Homo sapiens) entraron por primera vez a la Península Ibérica a través del largo camino por Europa, o si algunos pudieron cruzar por Gibraltar.

África sería la avanzadilla de las poblaciones sapiens que estaban por llegar. Mientras, las últimas poblaciones de neandertal, que resisten en la Península después de 200.000 años, se van extinguiendo. Lo que sí parece es que ambas especies coexistieron en el tiempo y, probablemente coincidieran en el espacio -como se puede leer en esta entrada sobre La Güelga, en Asturias-.

Las diferencias tanto físicas como culturales entre estas dos ¿especies? -sapiens y neandertal- debían ser obvias, generando, probablemente, tensiones y violencia entre ellas y aislándolas, pero no lo suficientemente grandes como para mantenerlas separadas por siempre.

El cuento de África (sapiens) y Hernán (neandertal), la primera y el último de su especie, es una historia de supervivencia, muerte y renovación, y de cómo la soledad puede romper fronteras.

jueves, 11 de febrero de 2016

Historias de un cavernícola: Parte III (Homo neandethalensis)

Año 200.000 a.C., actual San Felices del Rudrón

La pequeña Amaya está emocionada: el valle del río verde al fin se abre ante ellos, prometiendo jugosas truchas y sabrosos cangrejos. Avanzan despacio entre las encinas vetustas para no dejar atrás al viejo chamán y otros miembros más débiles del clan. Amaya, sin poder contener su emoción, se desliza apresurada entre unos espinos, enganchando su nueva vesta de verano en las espinas. Su madre, que no le quita el ojo de encima, corre a auxiliarla -a la prenda, que tanto trabajo le ha llevado- y reprende a la niña. Amaya se resigna y camina junto al clan, recolectando primaveras.



Cuando llegan a la cueva, un murmullo se extiende por el grupo. Un bloque de piedra del techo se ha desprendido, dificultando la entrada. Tienen mucho trabajo por delante.

En el fondo de la cueva encuentran, ligeramente perjudicados por la humedad y las alimañas,  pero aún utilizables, los postes y paneles que dejaron el verano anterior para reconstruir el campamento.

No hay tiempo para descansar. Mientras los más fuertes se afanan en retirar las rocas de la entrada, Amaya recoge los estómagos de ciervo y desciende trotando hacia el río, eufórica. Deposita con  cuidado los estómagos vacíos sobre la tierna hierba e introduce con sumo deleite los maltratados pies en el agua helada. Algo capta su atención y cruza la mirada con una nutria que, perezosa, devora una trucha, tumbada en una peña en medio del río. Rellena los estómagos y emprende la vuelta.




Esa misma noche comienzan las celebraciones. Apenas les ha dado tiempo a pescar las primeras truchas, pero son suficientes para saciar la gula del clan y ofrecer al río generoso y al fuego salvador sus entrañas. Tras la ceremonia, los adultos se reúnen junto al hogar principal, en la boca de la cueva. Amaya debería estar durmiendo, pero la emoción del día le impide conciliar el sueño.

Se escurre por una abertura lateral de la cueva y asciende por la pared rocosa. La enorme luna llena proyecta las sombras fantasmagóricas de las aliagas que nacen de la roca. Abajo, los hombres cantan, acompañados del dulce sonido de la flauta. A lo lejos, el cárabo ulula. Amaya escucha el roce de unos pies entre las matas, ladera arriba, en el justo momento en el que la luz de una antorcha se apaga. La niña se apresura a seguirla. Pero la antorcha no se ha apagado. Su portador se ha introducido por un agujero en la montaña. Escondida entre las aliagas floridas, Amaya distingue el rostro de la figura misteriosa: se parece al del viejo chamán, pero el fulgor de la antorcha arranca facciones y colores monstruosos: rojo sangre, negro tizón. En su mano derecha porta un cuenco rebosante de ocre.



En esta nueva entrega de la (pre)historia del valle del Rudrón nos encontramos con nuestros "primos" los neandertales. Sin embargo, los últimos avances en genética parecen señalar que todos nosotros -o, al menos, todos los europeos, asiáticos y americanos- tenemos una pequeña proporción de genética neandertal. Según eso, el famoso Homo neanderthalensis podría pasar a denominarse, más correctamente, Homo sapiens neanderthalesis, es decir, una subespecie.

Esta especie evolucionaría de aquellos Homo heidelbergensis en Europa -¿será Amaya tataratatara...tataranieta de Sancho?- y la poblaría durante la friolera de 200.000 años. Eran más fornidos que nosotros, con una capacidad craneal incluso mayor, por lo que no es de extrañar que sus costumbres y relaciones sociales fueran similares a las nuestras. Tenían pensamiento figurado, pues enterraban a sus muertos, e incluso arte: se han descubierto flautas hechas con huesos de buitre, numerosos collares de cuentas, e incluso recientemente se les han atribuido pinturas (Cueva del Castillo, en Puente Viesgo, a escasos 70km del valle). Además, desarrollaron unas técnicas líticas muy perfeccionadas, como el Musteriense, culminando con el Châtelperroniense.




martes, 2 de febrero de 2016

Historias de un cavernícola (Parte II: Homo heidelbergensis)

"Corre el año 400.000 a.C. y nos cuesta reconocer el paisaje. Hace un frío que pela.




Un nuevo hombre viene pisando fuerte -o, al menos, pesado, con sus 100kg-. ¿Estuvo libre de humanos el valle durante estos 400.000 años, desde que nuestros hipotéticos H. antecessor camparan por aquel paraje mediterráneo? Eso asumimos, hasta que se demuestre lo contrario.

Estos nuevos protagonistas no parece que provengan del antecessor, sino del Homo erectus, que en su periplo desde África, atravesando una Europa afectada por glaciaciones, evolucionaría a esta especie adaptada a climas más fríos. Empero, aún mejor adaptada, es de entender que abandonaran Heidelberg para buscar las temperaturas más moderadas de la Península Ibérica.

Un grupo de escasos individuos llegaría al valle del Rudrón a comienzos del invierno. Estarían cansados, hambrientos y tiritando. En condiciones normales, no habrían abandonado su refugio en esta temporada, pero la enfermedad que asolara su clan -en Atapuerca- les habría obligado a huir, no sin antes esconder los cadáveres de todos su familiares lejos de las garras de los depredadores, en las entrañas de la tierra.*

Se refugiarían en la cueva Covalana -entre San Felices y el Barrio de Nápoles-tras comprobar que, en ese momento, no hiberna ningún oso de las cavernas. Mientras la mayoría se empeñara en la ardua tarea de encender un fuego, el joven Sancho se acurrucaría en una esquina oscura, sacando de entre sus pieles de rinoceronte lanudo su única y más valiosa pertenencia: un gran núcleo de cuarcita roja, del que anteriormente su padre Miguelón sacara aquella perfecta hacha** de dos caras y que Sancho arrojara junto a su cuerpo, para que le acompañara.

Algún día tallaría un hacha como aquella. El penetrante olor a humo le haría volver a la realidad. Tras varios intentos, la corteza fría del pino chisporrotearía con furia. Varios murciélagos dejarían oír sus quejidos, abandonando la cueva.

Alrededor del triste fuego y con el estómago rugiendo, nadie tendría ganas de hablar. La noche cae sobre el valle y el Rudrón canta a pocos metros de Covalana. Todos sueñan con bisontes y ciervos."






El relato anterior no debe entenderse al pie de la letra, sino como una puesta en escena de los pocos datos que de los Homo heidelbergensis nos han llegado. Quizá, en mi ficción, haya atribuido una inteligencia muy avanzada a esta especie, pero así me gusta creerlo, y las pruebas que surgen cada año nos alejan de aquella visión torpe y retrasada que teníamos de los neandertales. Así que, ¿por qué no darle al hombre de Heidelberg un voto de confianza?

*Aquí hacemos referencia a la acumulación de cuerpos de Homo heidelbergensis en la Sima de los Huesos, Atapuerca. La teoría predominante es que estos individuos -una vez muertos- fueron arrojados a la gruta por otros miembros de su especie.

**Miguelón es el nombre que recibe uno de los esqueletos mejor conservados de la especie, hallado en la Sima de los Huesos. También es famoso el bifaz Excalibur, que se encontraba junto a los restos. Algunas teorías sostienen que se trata de una ofrenda o regalo ceremonial, debido a su perfecto acabado y a que no tiene muestras de uso. Otras teorías desestiman la capacidad intelectual del Heidelbergensis para comprender la muerte desde un punto de vista simbólico. Ambos se pueden contemplar en el Museo de la Evolución de Burgos.