miércoles, 16 de marzo de 2016

Desconocimiento rural


Con motivo de la publicación de una “noticia” y alentada por la entrada de un compañero de divulgación, Marco Ansón, me dispongo a "iluminar" a los lectores.

           No quiero entrar en detalles sobre la noticia, para ello podéis leer la original aquí o, mejor, informaros de la mano de Marco, que analiza el fondo de la cuestión. En resumidas cuentas: se supone que el meloncillo, Herpestes ichneumon, ha matado a varias ovejas en Zamora.

          Cualquiera que tenga una mínima noción de fauna ibérica y algo de sentido común, sabría que este pequeño carnívoro no puede perpetrar tal escabechina. Por esa misma razón, parece incongruente que estos señores ganaderos y gente del campo se crean la noticia y alcen las antorchas contra la “alimaña” de turno. Lobo ibérico, te van a dar un respiro –o no-.
 

Meloncillo, WikiCommons

          De esto mismo quería que versara la entrada de hoy, sobre la pérdida de conocimiento de su entorno que ha sufrido la comunidad rural. Es un tema triste que siempre me ha preocupado. Puede que dependa de la zona de España, de la ocupación de la población o de otros factores, como la edad, pero creo detectar una falta generalizada de conocimientos de fauna y flora, e incluso de geografía local, en las gentes de pueblo.

          Tenemos muchos ejemplos de actualidad, como aquella otra “noticia” sobre buitres ejecutando 15 ovejas. Gran parte de estos alardes de desconocimiento los protagonizan ganaderos, no sé si buscando, desesperados, una cabeza de turco para su desgracia, o realmente debido a una incultura y odio profundo hacia la naturaleza.

           Sin querer pecar de generalización, me circunscribiré al caso de San Felices. Aquí, de momento, no tenemos meloncillos, pero de alimañas no andamos escasos. Corren leyendas tan variopintas como la de que las víboras muerden las ubres de las vacas/cabras y les envenenan la leche. A veces, también a las mujeres. Hablando de ubres, comentan que las comadrejas hacen otro tanto. Parece ser una leyenda muy extendida y con mucha trayectoria, como leemos aquí.


Víbora en San Felices
Siguiendo con víboras, dicen que los años que predominan–si es que se puede llamar predominar a esta escasez tan preocupante-, es porque los del Seprona están repoblando y las lanzan desde helicópteros. Suspiro.

 También podréis oír a cualquiera comentar que los sapos escupen veneno, o que te salen verrugas si los tocas. Lo cierto es que son unos animales simpáticos y tranquilos. Con respecto al "veneno", se trata de una secreción maloliente de unas glándulas para evitar que otros animales los depreden.

     Leyendas a parte, la pérdida de conocimientos es muy triste. Preguntando a mi abuela y más gente mayor del pueblo, me doy cuenta de que casi nadie sabe diferenciar setas comestibles, ni una culebra de otra. Los pájaros son todos pájaros –o, como dirían en el pueblo de mi padre, en Cantabria, se clasifican en colorines y rapapájaros-. Un visón es una nutria y, a la menor noticia de su avistamiento, ya estaba el viejo trampero amenazando con una piedra con que iba a matar a las crías. Los buitres viven, al menos, 100 años –que tan desencaminado no iba, pues son muy longevos, aprox. 25 años-.
"Rapapájaro" en San Felices

"Colorín" en Covanera

           Apenas he podido recolectar conocimientos sobre hierbas medicinales, aparte de la celidonia para curar verrugas y heridas, o las hojas de zarzamora como astringentes. Parece mentira, cuando no podían acceder a una simple aspirina y, sin embargo, tenían acceso ilimitado a corteza de sauce para calmar sus dolores, amén de un montón de plantas útiles más, sobre las que no me voy a extender, por falta de espacio y conocimientos. ¿Fue la miseria de la guerra civil, o estos conocimientos estaban sepultados, o reservados a unos pocos, desde la Inquisición? Porque brujas, haberlas, habíalas en todos los pueblos. Al pantano de Cernégula iban cuando había luna llena.

     No digo que sea el caso de todo el mundo. Estoy segura de que hay aún mucha gente en los pueblos que dispone de un vasto conocimiento de su entorno. Pero esta triste realidad existe. ¿Conoces más leyendas rurales que compartir?
 
Éste, por lo menos, 90 añazos

jueves, 3 de marzo de 2016

Historias de un Cavernícola: Parte IV (Contacto)

Historias de un Cavernícola

Hace 40.000 años

"África ya no puede más. Gasta sus últimas fuerzas en dejarse caer sobre los cantos rodados de la orilla para beber el agua del río verde. Una rana salta, asustada, a su lado. Desde que los lobos devoraran a su hermano, había perdido las ganas de vivir. Ya no queda nadie de su familia, ella es la última.




Su vista se nubla mientras la corriente mece su mano, aterida. Pero no lo nota. África sólo recuerda el camino. Su vida había sido un camino interminable desde que tiene recuerdos, incluso antes, según decía su madre. Un viaje en busca de otras personas. África no podía imaginarse cómo serían esas otras personas. Sólo había conocido a su familia. El anciano hablaba de tribus de más de 50 individuos: niños jugando, mujeres tejiendo alrededor del fuego y cacerías multitudinarias en las que, incluso, abatían lobos.

Pero la gente había desaparecido, o los habían dejado atrás en el camino. Chad nunca quiso volver. Siempre hacia delante, siempre hacia el sur. Insistía en que, algún día, encontrarían más gente y formarían una gran tribu. Sin embargo, Chad había muerto sin cumplir su promesa, y ahora le había llegado la hora a ella.





Entre el rumor del río y sus densas pestañas cree distinguir a una persona, antes de que sus ojos se cierren y el cansancio y el hambre la venzan.

Cuando África despierta se encuentra envuelta en pieles de corzo. Es de noche y, a su lado, chisporrotea una hoguera. Una cara ancha, blanca y peluda se inclina sobre ella, emitiendo extrañas palabras. África se asusta, pero no tiene fuerzas para correr. El extraño hombre se aleja y retorna enseguida portando una pasta de bellotas, cangrejos y trucha asados, que ofrece a la mujer. El hambre le puede e ingiere despacio, para que no le hagan daño, los alimentos. Después, se observan en silencio junto al fuego.

África no había visto jamás a un hombre tan grande ni tan peludo. Su piel es extremadamente blanca y su pelo rojizo. Luego piensa que, al fin y al cabo, sólo había conocido a cinco hombres a lo largo de su vida. Esto debía ser la otra gente. Finalmente, el hombre vuelve a proferir esas extrañas palabras, ininteligibles para ella.
- No te entiendo.
Él la mira con los ojos -¡verdes como el río!- muy abiertos y también parece comprender que no se pueden comunicar. Entonces se golpea el pecho y gruñe:
- Hernán.
- África- pronuncia lentamente la joven, imitándolo.

A la mañana siguiente África se sobresalta de nuevo al ver al hombre, hasta que recuerda la extraña noche anterior. Comen juntos en silencio y, después, la mujer se levanta e inspecciona la cueva. Busca más gente. Sin embargo, pronto se da cuenta de que allí no hay nadie más. Hernán la observa con curiosidad.
- África -pronuncia ella de nuevo, señalándose-, Hernán -le señala a él y, a continuación, mira a su alrededor y gesticula, preguntando.- ¿Y el resto?
El rostro del hombre muda y África intuye tristeza, aunque sus muecas le resultan confusas, extrañas.
Él le hace un gesto de apremio mientras da la vuelta a una gran roca y se introducen en una cámara más estrecha de la cueva. Cuando sus ojos se acostumbran a la oscuridad, distingue un gran número de túmulos de piedras. Entre algunas piedras sobresalen huesos descarnados o retales de cuero. Encima de algunos túmulos hay depositados collares de caracolas e incluso hachas muy toscas. Huele a muerte.

Hernán y África se miran. Ella es bajita, con una maraña de pelo rizado, negro, igual que los ojos. Su piel es oscura. Tan distintos, pero al fin y al cabo, tan iguales."

En esta entrega de historias de un cavernícola nos encontramos en una etapa de tránsito. Las poblaciones de Homo sapiens se multiplican y expanden desde África -donde evolucionaron desde Homo ergaster- hacia Asia y Europa, después de algunos cruces con Homo neanderthalensis y denisovanos. No sabemos con certeza si los primeros hombres modernos (Homo sapiens) entraron por primera vez a la Península Ibérica a través del largo camino por Europa, o si algunos pudieron cruzar por Gibraltar.

África sería la avanzadilla de las poblaciones sapiens que estaban por llegar. Mientras, las últimas poblaciones de neandertal, que resisten en la Península después de 200.000 años, se van extinguiendo. Lo que sí parece es que ambas especies coexistieron en el tiempo y, probablemente coincidieran en el espacio -como se puede leer en esta entrada sobre La Güelga, en Asturias-.

Las diferencias tanto físicas como culturales entre estas dos ¿especies? -sapiens y neandertal- debían ser obvias, generando, probablemente, tensiones y violencia entre ellas y aislándolas, pero no lo suficientemente grandes como para mantenerlas separadas por siempre.

El cuento de África (sapiens) y Hernán (neandertal), la primera y el último de su especie, es una historia de supervivencia, muerte y renovación, y de cómo la soledad puede romper fronteras.