martes, 28 de marzo de 2017

Fuente

¿Qué es lo que oigo? Un susurro se cuela entre el torrente de agua, hacia la roca profunda. ¿Está llamándome, mentando mi nombre? No es la llamada sorda del corzo, ni el cantar del Martín. Sí, oigo una voz clara y límpida que atraviesa las aguas. ¿Cuánto ha pasado desde la última vez? Me estremezco sólo de pensarlo. La última vez que oí mi nombre, unos ojos oscuros y desesperados me buscaban. Tan sólo quería traerme ofrendas, pero la sangre fue derramada en este lugar sagrado, mancillándolo, sumiéndome en un olvido de cientos de años. No pude verlo ni oírlo, mas los mirlos me lo cantaron: el humo espeso veló sus hermosos ojos negros y el mundo dejó de verme y recordarme. Yo, que yazco pequeña y oculta en lo más profundo del bosque, alejada de los hombres, caí en el mismo olvido, pero no en la burla, que tuvieron que soportar mis portentosas hermanas: Tobalina, Pozo Azul…


Te oigo. Por encima del tumulto de mis torrentes escondidos bajo la piedra y la fértil tierra de la ribera; a coro con el suave agitar de las copas de los álamos percutidos por el viento; voz aguda y sonora como el croar de las ranas en las tibias noches de mayo.

Te huelo. Capto el dulce aroma de los lirios, alimentados por mi propia esencia, que depositas sobre el musgo tierno de mis rocas.

Te veo. Emerjo de las profundidades, de la seguridad de mi templo oculto, húmedo. Incluso la velada luz del bosque me ciega tras decenios de total oscuridad y, por un momento, tus ojos azabache se clavan en la entrada de la gruta: estremecidos, regocijados, confusos. ¿Te asombra mi existencia, aun cuando me llamas por mi nombre? Me oculto al fin y tu corazón vuelve a latir poderoso como el torrente.

“Fuentona, fuentona” se despide tu voz trémula. Y yo estoy de nuevo despierta, en un mundo extraño y perdido en el que, al menos, hay alguien me recuerda.

Texto y fotos por Elisa R. Bañuelos