Tras salvar el
barranco, alcanzo la pequeña apertura en mitad del farallón rocoso. Desde este
rincón secreto se domina el valle, de un verde tan intenso que relaja la vista.
A lo lejos, el rumor del autobús Santander-Madrid se pierde entre los recovecos de la nacional, dando paso al silencio. Cierro los ojos, y han pasado miles… ¿Qué miles? ¡Millones de años! Y el Rudrón y el Ebro cincelan suavemente la piedra, como un artista griego mimando su gran obra. La silueta de castro Siero se va perfilando contra el cielo. Los ríos lo ven crecer como dos padres pacientes, orgullosos: si el circo de Orbaneja fue la niña bonita, y el Pozo Azul el chico tímido y misterioso, es Castro Siero un baluarte de estoicidad, diseñado para resistir, para albergar pueblos osados.
A lo lejos, el rumor del autobús Santander-Madrid se pierde entre los recovecos de la nacional, dando paso al silencio. Cierro los ojos, y han pasado miles… ¿Qué miles? ¡Millones de años! Y el Rudrón y el Ebro cincelan suavemente la piedra, como un artista griego mimando su gran obra. La silueta de castro Siero se va perfilando contra el cielo. Los ríos lo ven crecer como dos padres pacientes, orgullosos: si el circo de Orbaneja fue la niña bonita, y el Pozo Azul el chico tímido y misterioso, es Castro Siero un baluarte de estoicidad, diseñado para resistir, para albergar pueblos osados.

Se agacha a recoger el agua pura de las fuentes de Siero, filtrada por decenas de metros de piedra caliza. Parece que las salamandras que colman la fuente no le molestan ¿Por qué no vas a las fuentes romanas, que te quedan más cerca? Pero la pregunta no llega a brotar de mis labios. ¡Qué estúpida, sí aún no se han construido!
Elisa R. Bañuelos
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